miércoles, febrero 01, 2006

Milonga para Pancho Medel


Hace aproximadamente dos años un fierrazo en la cabeza acabó con la vida de mi amigo Francisco Medel.
Un fierrazo abusivo sobre su frente borracha en un salón de una casa de no muy buen nombre en ese pueblo que nos presentó hace más de veinte años.
Pancho me conoció cuando yo era niño, cuando yo no tenía más de seis años y el trabajaba junto a mi abuelo, al igual que su hermano, sus primos y uno que otro pariente lejano. Todos Medel, todos de nariz grande y pelo negro grueso. Todos bien sonrientes y todos cuenteros finos a la hora de relatar historias.
Paso el tiempo y nos seguimos viendo. Mi abuelo ya muerto y Pancho ahora trabajando para mi padre.
La amistad creció. Yo a él lo admiraba, me compraba cada una de sus historias. Sus antiguas glorias pugilísticas me llenaban de orgullo y varias veces llegué corriendo al colegio para relatar a mis compañeros las hazañas que realizó el “Sobao Medel”, como lo apodó Mundo.
Con él y Mundo pase varios días del verano. Se reían de mí, del hecho que me hicieran trabajar, de ser el hijo del jefe, de ser un pendejo que a pesar de tratar de parecérseles, no lo lograba; yo era el hijo del jefe.
La lucha de clases allí mismo, escupiéndome en la cara.
En el campo cortábamos el pasto y enfadábamos, yo manejaba el tractor grande, el “Universal”, el que cada cien metros tenía alguna falla y que Mundo y Pancho reparaban con clavitos, alambres y un sinnúmero de improvisadas herramientas.
Yo me sentía hombre, a ratos me creía rudo, pero las espinas de las malezas, el polvo y el sol me molestaban, me herían... a ellos no.
Almorzábamos juntos, bajo la sombra de algún árbol. Casi siempre me robaban la comida, más que nada por molestarme.
Pancho y Mundo me enseñaron a manejar. Aprendí en la “Somalía”, como le decían a la camioneta de mi viejo que nunca andaba con más de luca de bencina.
En la tarde cada uno a su casa, yo cargado de encargos y ellos riéndose pues el hijito de papá no podría salir esa noche ya que al otro día se levantaba temprano.
Por esa época fue mi primera noche en un calabozo, por esa época me emborrachaba con dos piscolas, por esa época estaba enamorado de una niña que amaba a otro y al otro día, como siempre, a tragarme mi rabia y escuchar las historias de ellos.
Valió la pena, realmente valió la pena.
De eso ya ha pasado tiempo, y bastante. A Mundo lo sigo viendo, sigo escuchando sus historias, pero él ya está más viejo y la amargura de los años se le nota.
A Pancho ya no más, hace aproximadamente dos años un fierrazo abusivo lo mato.
Con Mundo siempre lo recordamos, nos reímos de las mentiras del “Sobao Medel”, y después nos quedamos callados… lo extrañamos.
Nuevamente estoy algo ebrio escribiendo estas letras, recuerdo la llamada de mi hermano hace aproximadamente dos años contándome que a Pancho lo mataron, que lo mataron cobardemente, de un fierrazo en la cabeza cuando él estaba borracho. Sobrio jamás hubiera muerto, jamás.

“Sólo Dios puede saber
La laya fiel de aquel hombre;
Señores, yo estoy cantando
Lo que se cifra en el nombre”

Milonga para Jacinto Chiclana (Jorge Luís Borges)

1 Comments:

Blogger profundidad de campo said...

Más allá de los sentimientos por el "Sobao", "Mundo" aparece de súbto en el relato y deja con las ganas de saber más de él. ¿amerita un relato para él sólo?
un abrazo,

Daniel

2:12 p. m.  

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