viernes, junio 24, 2005

A 70 años

En un día 24 de junio hace setenta años dos aviones se estrellaban en el aeropuerto de Medellín. En uno de ellos estaba Charles Romuald Gardés, más conocido por mi madre y mis vecinos como Carlitos Gardel, el “Morocho del Abasto”.
Poco rato antes había alcanzado a sacarse algunas fotos, inmortalizando su sonrisa y su vanidosa dentadura.
Esa dentadura que no podía contener el dulce fraseo de su canto, “el bulín de la calle Ayacucho, que en mis tiempos de rana alquilaba” o esa misma dentadura que mordía las palabras “Verás que todo es mentira, verás que nada es amor”.
Hace setenta años se quemaba la majestuosa figura del que cada día canta mejor y hace setenta años se calcinaban para siempre las mil y una dudas que nos heredó a quienes amamos su canto.
“Ay hijo, si pudieras verlo, con su elegancia fantasmera a saber” le recitaba Ferrer para recordarlo y hoy yo los repito.
Creo que vale la pena emocionarse un minuto y dejar que su voz llene los mil espacios que hoy siento vacíos. Creo que también vale la pena escucharlo hablar, dejarlo que sea él quien nos cante los consejos de Discepolo y Manzi, o las quejas de Contursi y Celedonio.
Una cosa descubro cada vez que escucho a Carlitos, y es que para cada pena y para cada alegría me grabó una canción.
Eso si, como dijo Cortazar, a Carlitos hay que escucharlo con sus guitarras, en ellas se retuercen bien sus sentidos versos, y en ellas también se sienten cercanas y propias sus humeantes quejas.
Hoy Carlitos te saludo, creo que es primera vez que lo hago y aunque nunca fui de “tu barra querida” y tampoco encendí uno de tus cigarros, si me siento un gardeliano de corazón y te digo una y mil veces “Gracias Gardel”.