martes, abril 19, 2011

¡Tacuara! ¿A dónde no habré ido con Tacuara?


Por esa majadería que me da cada cierto tiempo y me empecina a buscar un sustento literario a mi pasión por el tango, llegué por esas coincidencias a Roberto Arlt.

Mi primer acercamiento fue por medio de algunas de sus Aguafuertes Porteñas que llenas de gracia y de humor relataban el transitar de un curioso por las calles de su ciudad y, cómo no, por las de la vida también.

La curiosidad por este hombre de apellido de una sola vocal (él se quejaba lo difícil que era explicarlo) se fue acrecentado y luego de pasar por sus crónicas madrileñas, me aventuré luego a sus relatos de ficción.

No es mucho lo que he conocido aún, no soy muy prolijo a la hora de seguir a un solo autor, pero de todas maneras creo haberme encontrado con algunas de sus mejores obras.

Si las otras son aún mejores, me permito las disculpas a quienes lo sostengan.

La primera novela que le leí fue “El Juguete Rabioso” donde ya me comenzaba a encontrar con ese mundo marginal porteño que me había presentado el tango.

Pero acá la mirada romántica y casi bucólica de la canción se abordaba desde otro frente.

No eran las descripciones de los hombres más viriles de la tierra que relata Borges en “Para las seis cuerdas”, tampoco de la desdicha romántica que se baila en tangos y que después la canción política equipara a la descripción cristiana de la pobreza.

Acá había y hay otro punto de vista.

Acá la cosa iba por otro lado, y eso me despertó curiosidad.

Acá los malos son buenos, pero siguen siendo malos, aunque a veces huelan a buenos.

Acá quien es más pudoroso que mejor calle y sepa que cuando uno anda de visita lo mejor es no quejarse de lo que se pone en la mesa.

Y hablo específicamente de un relato, un cuento que me viene dando vueltas desde hace tiempo.

Había probado suerte con varios de ellos, pero este, “Las Fieras” me quedó rebotando.

Creo que es la lectura de ficción más sórdida y asquerosa que jamás haya leído.

Descripciones que me dejaron helado, pero que a pesar de todo se me figura como uno de los mejores cuentos que jamás haya conocido.

Un relato de un par de páginas que se acerca como nadie a esa marginalidad que alguna vez encontré romántica, cuando quería morirme de tuberculosis y enamorarme de una puta.

“Las fieras” me aterrizó de golpe, y es que he tenido no se si la suerte o la desdicha de haberme sentado más de una vez con alguno de esos seres horrendos, y realmente el miedo me hizo sonreírles cuando se vanagloriaban de esa moralidad del cerdo que parece no temerle a nada.

Y en ese relato también esta retratado el dolor más grande que considero puede tener un hombre, el sentirse más que el resto y saber que esa impresión es solo para él, pues el mundo lo condena a ser parte de esa tropa que aborrece.

¿Qué más queda?, ¿Lamentar lo que ya no está? Ese cuento merece un tango y el Tata Cedrón se lo dio.

“No te diré nunca cómo fui hundiéndome, día tras día”, le cuenta a ese recuerdo de una decencia ya perdida.

Pareciera que a veces la soledad es la mejor opción después de un fracaso, pero no, Arlt nos dice que lo más odiado nos viene a acompañar para decir que sí, que es verdad, somos peor de lo que creíamos y que no merecemos más que sentarnos en esa mesa donde el hedor es lo menos que molesta.