domingo, diciembre 18, 2005

Bandera Baja


Una vez conocí una muchachita con quien creí que podía iniciar algún tipo de relación. Salimos un par de veces, nos emborrachamos otras tantas y nos dimos un par de besos sueltos estacionados en cualquier parte.
Honestamente creí que con ella algo más pudo haber pasado, pero no fue así. Para variar me inventé películas en donde había planes para los dos, pero ella no, ella no se sentía para nada parte de esas cándidas pretensiones mías.
Pasó el tiempo y llegó el alejamiento. Por supuesto quedé yo más herido que ella. Mis amigos lo supieron y fui blanco de sus bromas durante un largo tiempo.
La busqué por varias partes, di vueltas cerca de su casa y trate de forzar encuentros fortuitos y casuales, pero nada de eso pasó.
Quizás la cansé, antes recuerdo que me trataba con cariño pero después de ese intercambio de besos todo cambió. Surgió en ella un odio, un resentimiento hacia mí que hasta el día de hoy creo que conserva… y eso no es algo que me tenga muy contento que digamos.
Cuento todo esto a propósito de un poema lunfardo de Enrique Cadícamo, “Bandera Baja” en el que relata lo mismo que cuento yo en palabras rimadas.
Ese poema lo escuche cantado por “34 puñaladas”, un cuarteto de guitarras que se especializa en tangos carcelarios y lunfardos.
La letra es así de simple, compara a su pretendida novia con un taxi nuevito y canta “que agarró por corrientes con bandera en flameo… y volvió por Lavalle con la bandera baja
La letra me conmovió bastante, contaba en palabras simples lo que me toco vivir, verla irse sola, solita caminando… y regresando al mismo paso, pero de la mano de otro.
Yo a ella la quería de verdad, había empezado todo como un juego inocente y por ella me desvivía, pero como dice el autor de “Los Mareados”, no pude nunca hacerla mía y eso, hasta el día de hoy, me pesa.

martes, diciembre 06, 2005

Chao Nano

El domingo en su casa dejo de vivir Hernán “Nano” Núñez, cultor de la “cueca brava”, no esa cueca que programas de televisión, radios y actos no hacían escuchar insistentemente desde un día martes de septiembre hace varios años.
Nano tocaba de la otra, de la que no se viste ni con manta ni con chupalla, sino que con la misma ropa con que se trabaja de lunes a viernes.
Sus letras no hablaban de corraleros, ni de sauces llorones ni de nombres de lagos, sino de los amigos, los amores y de lo que le pasa a gente común como todos nosotros.
Su cueca sonaba a tango, pero ese tango arrabalero, ese tango medio festivalero que trata de alejar las penas, como lo hacían hace casi un siglo Arolas y Villoldo.
No se mucho de él, solo que alguna vez tuve la suerte de corear sus cuecas y aplaudir el tañido de su pandero mientras todos bebíamos sendas copas de vino orgullosos de nada, solo de estar cantando y celebrando, por lo menos así lo sentía yo.
Hoy me lo imagino cuequeando con el mismísimo Diablo, haciendo bailar a Satanás al ritmo de sus cuecas choras o “chileneras”, como las llamaba.
Mientras tanto Dios debe estar esperando que se mueran los Quincheros o Santiago 4, esos son más de su gusto.