viernes, enero 20, 2006

Tormenta


Cuando anoche vino Carlitos a mi casa me encontró como siempre me encuentra; frente al teclado, con el cenicero lleno de colillas y cabeceándome buscando una historia interesante para contar.
Pocos minutos antes había estando discutiendo con Enrique algunas ideas. Estábamos de acuerdo en casi todo, salvo en el tema más importante, el que siempre nos trae discusiones; su profundo cristianismo.
Él, como siempre, me lo rebatía. Me decía que escuchara bien lo que me decía, que tratara de abstraerme de mi empecinada obsesión por tildarlo de cristiano y que entendiera de lo que se trataba una metáfora.
Yo le decía que si, que entendía una metáfora, que tan difícil no era pero que de todas maneras tenemos tan metido en nuestra propia carne las ideas del flaco barbón que nos cuesta mucho reconocerlas.
Algo de razón me encontraba, es más lo reconocía, pero me hacía relucir su educación agnóstica, su generación atea y un sin fin de formas más.
Yo solo lo escuchaba, lo dejaba hablar y a ratos me distaría mirando su nariz y sus bien gesticuladas muecas.
Nuevamente comenzaba y le decía “Enrique, ya sé me tu historia, y te la perdono”. Eso más lo enojaba.
Hizo más de un amago en irse, pero finalmente se quedó, como siempre lo hace.
Carlitos, cada vez que le cuento, se ríe. Me dice que lo deje, que Enrique es así.
Carlitos siempre prefiere venir una vez que Discepolin se fue, creo que le tiene algo de bronca a Enrique luego de ese artículo de De la Púa. Yo le digo que se relaje, que no había malas intenciones en esas palabras y que debe entenderlos, que de todas formas tanto ellos como yo lo queremos mucho.
Siguiendo con Enrique estábamos y estamos de acuerdo en algo, los dos le tenemos rabia a dios, por lo menos, le tenemos resentimiento. Pero esa mala nos hacía reconocerlo como supremo.
Yo no me atrevo aún a reconocerme como ateo, pero a Dios le tengo mala.
Enrique me decía que él también.
Es más, me recitaba una y otra vez "Tormenta".
Yo le decía que la encontraba genial, pero que en ella reconocía la base misma del cristianismo; la inmolación, el sacrificio, la búsqueda del bien por sobre todas las cosas.
Enrique se enojó, me cito a un sin fin de teóricos, intelectuales y escritores que no conozco justificándose, es más, lanzó un par de frases demoledoras que incluso le robé.
Después, tomó su abrigo y se fue no sin antes prometerme que nunca más volvería, promesa que me ha hecho mil veces y que nunca cumple.
Carlitos solo se ríe cuando le cuento y me pide, para mi tranquilidad, que no hablemos más de Enrique.
Yo le digo que si, que mejor me cante, y cuando me pide cual, le respondo cualquiera, pero ojala “Malevaje” o “Yira, Yira”.