Responsos
Hoy he estado dando vueltas buscando videos de Troilo en internet y me acordé de “Responso“, pieza que compusiera en memoria de su gran amigo y cómplice tanguero, Homero Manzi.
Mi primer acercamiento fue por medio de algunas de sus Aguafuertes Porteñas que llenas de gracia y de humor relataban el transitar de un curioso por las calles de su ciudad y, cómo no, por las de la vida también.
La curiosidad por este hombre de apellido de una sola vocal (él se quejaba lo difícil que era explicarlo) se fue acrecentado y luego de pasar por sus crónicas madrileñas, me aventuré luego a sus relatos de ficción.
No es mucho lo que he conocido aún, no soy muy prolijo a la hora de seguir a un solo autor, pero de todas maneras creo haberme encontrado con algunas de sus mejores obras.
Si las otras son aún mejores, me permito las disculpas a quienes lo sostengan.
La primera novela que le leí fue “El Juguete Rabioso” donde ya me comenzaba a encontrar con ese mundo marginal porteño que me había presentado el tango.
Pero acá la mirada romántica y casi bucólica de la canción se abordaba desde otro frente.
No eran las descripciones de los hombres más viriles de la tierra que relata Borges en “Para las seis cuerdas”, tampoco de la desdicha romántica que se baila en tangos y que después la canción política equipara a la descripción cristiana de la pobreza.
Acá había y hay otro punto de vista.
Acá la cosa iba por otro lado, y eso me despertó curiosidad.
Acá los malos son buenos, pero siguen siendo malos, aunque a veces huelan a buenos.
Acá quien es más pudoroso que mejor calle y sepa que cuando uno anda de visita lo mejor es no quejarse de lo que se pone en la mesa.
Y hablo específicamente de un relato, un cuento que me viene dando vueltas desde hace tiempo.
Había probado suerte con varios de ellos, pero este, “Las Fieras” me quedó rebotando.
Creo que es la lectura de ficción más sórdida y asquerosa que jamás haya leído.
Descripciones que me dejaron helado, pero que a pesar de todo se me figura como uno de los mejores cuentos que jamás haya conocido.
Un relato de un par de páginas que se acerca como nadie a esa marginalidad que alguna vez encontré romántica, cuando quería morirme de tuberculosis y enamorarme de una puta.
“Las fieras” me aterrizó de golpe, y es que he tenido no se si la suerte o la desdicha de haberme sentado más de una vez con alguno de esos seres horrendos, y realmente el miedo me hizo sonreírles cuando se vanagloriaban de esa moralidad del cerdo que parece no temerle a nada.
Y en ese relato también esta retratado el dolor más grande que considero puede tener un hombre, el sentirse más que el resto y saber que esa impresión es solo para él, pues el mundo lo condena a ser parte de esa tropa que aborrece.
¿Qué más queda?, ¿Lamentar lo que ya no está? Ese cuento merece un tango y el Tata Cedrón se lo dio.
“No te diré nunca cómo fui hundiéndome, día tras día”, le cuenta a ese recuerdo de una decencia ya perdida.
Pareciera que a veces la soledad es la mejor opción después de un fracaso, pero no, Arlt nos dice que lo más odiado nos viene a acompañar para decir que sí, que es verdad, somos peor de lo que creíamos y que no merecemos más que sentarnos en esa mesa donde el hedor es lo menos que molesta.
Ya que el tiempo es lo que más me sobra hoy, aparte de las canas, he retomado esa grata costumbre que tenía de dármelas de milonguero sentimental y comenzar a recuperar la costumbre de escribir mis aguafuertes tangueras (Marca registrada que le robo a don Roberto).
Y para no irse con un tema muy peludo, me detendré en una milonguita que descubrí en uno de esos cassettes que venían de regalo con alguna revista.
Eran esas típicas compilaciones hechas sin mayor criterio de selección y que titulaban muy originalmente “Lo mejor del tango”, “23 tangos inolvidables” o “La época dorada del tango” con una carátula que derrochaba aún más inventiva con una foto nocturna del obelisco o una humita estirada sobre un bandoneón con una pierna de mujer bien contorneada como fondo.
En fin, además de Uno, El Choclo, La Cumparsita y los típicos clisés que se repiten en estas amalgamas musicales aparecía una canción que me invitaba a seguir el juguetón ritmo golpeando mi muslo con la mano… parapa papa papa papa pa pa pa pam.
Se trata de “Silueta Porteña” de autores a quienes a simple esfuerzo no les recuerdo mas composiciones y que se me presentó cantada por el suavecito y simpaticón Argentino Ledesma.
El nombre del tipo ya es medio gracioso, bueno, quizás valga la pena detallar que su nombre completo era Corazón Argentino Ledesma. (Existió otro nombre aún más exagerado: Imperio Argentina, pseudónimo de una cantante y actriz que trabajara con Gardel)
Bueno, para no detenernos en accidentes humorísticos, nos centraremos en el acompasado piropo que se le canta a la muchachita de vincha y chancletas que aparece caminado por las tardes porteñas.
Así como la famosa Garota de Ipanema que inspiró a Vinícius de Moraes realmente existió, no se si la muchachita que relatan Ernesto Nolli y Orlando D'Aniello vivió días reales.
Pero de todas maneras, el chancletear de su caminar se puede ver en Buenos Aires, como también en Santiago y las miles de ciudades y pueblos del mundo donde una coqueta chiquilla deja con la boca abierta a cualquier varón que se precie de tal.
¿Y porque elijo esta canción? Porque el verano ya termina… y con él se acaba el calor… y tenemos que esperar nuevamente septiembre para escuchar ese sonido de suela contra cemento… y ver flamear más lindos que cualquier bandera esas polleras y vestidos… y ofrecer florcitas a su caminar… y coronar a la más guapa y más porteña.
Como que, a pesar de ser tan simple, pareciera reflejar como nada ese huracán que a veces se produce cuando una muchacha prepotente y soberbia de feminidad se me cruza por la calle.
En la Sicilia de El padrino lo llamaban el rayo.
El “rayo”, el “huracán”, la “silueta porteña”, son lo mismo. El mismo fenómeno con distinto nombre.
Es como el pan batido, el francés y la marraqueta, tres denominaciones de origen para un mismo fenómeno.
Es lo mismo, realmente lo mismo, pero conviene que tenga varios nombres porque con uno solo… no le basta.
pd: Para el que quiera ver si mis palabras son exageradas o si realmente vale la pena pasarse películas al ritmo del bandoneón, acá se las dejo.
http://www.youtube.com/watch?v=mAUveHLty7g
Desde hace pocos días las noticias nuevamente hablan de violencia contra la mujer. Una campaña de gobierno y un par de lamentables sucesos han puesto el tema nuevamente en la agenda.
En lo que va del año más de treinta y cinco son los casos de crímenes pasionales contra mujeres (así se les llamaba antes), cifras que si bien son proporcionalmente menores a los más de cien que suman el 2008 y 2009, no dejan de ser tristes.
Pero lo que escribo no tiene que ver con estadísticas ni con análisis sociológicos, sino más bien con una observación desde la cultura popular.
Me enmarco desde la música, y más que nada, desde algunas canciones para hablar de femicidio con acordes de fondo.
No sé desde cuándo el tema del crimen pasional ha sido inspiración para las artes, me imagino que desde siempre.
Verdi musicalizó Otelo de Shakespeare, donde un celoso marido Moro da muerte a su bella esposa. Si bien los celos son producto de un complot donde esta presente la envidia y el racismo, el que finalmente mata es Otelo, por lo tanto podemos hablar de un femicida propiamente tal.
Otra popular opera es Carmen de George Bizet, en donde Don José, un nuevamente celoso, y más encima humillado macho apuñala a Carmen, una gitana de cascos medios sueltos que abandonó al despechado carcelero por Escamillo, un torero que entonces ostentaba la fama que goza hoy un futbolista exitoso. Entre un paco y Pinilla, no sé si hoy Carmen hubiera elegido distinto.
Pero acercándose más a la música popular, son varias las canciones que reivindican el femicidio, o por lo menos. lo presentan desde un punto de vista más cómplice con el autor de la fechoría.
Entre los tangueros existe una milonga llamada “Amablemente” que popularizó Edmundo Rivero. En ella un varón llega a su casa y sorprende a su mujer en brazos de otro hombre. Luego de expulsar al amante señalándole que el hombre no tiene culpa en esos casos, apuñala a su mujer en forma muy tierna. Así por lo menos lo plantea la canción.
Los norteamericanos Gun’N Roses contribuyen con una amorosa “Used to love her”, que acompañado de guitarra de palo he cantado mil veces con coro de féminas inclusive.
Para saltar a tierras locales, y más encima a mi zona, la sureña, no puedo dejar de nombrar “Que la maten ya” de Julius Popper, una banda penquista que pide desesperadamente que le den justicia a su dolor ajusticiando a la súcubo causa de todos sus males.
Y para cerrar, “Hey Joe”, quizás la mejor canción femicida alguna vez escuchada por mi persona (para no decir la mejor escrita, puesto que no soy erudito en nada, menos en música).
La canta Jimmy Hendrix, y según lo que entiendo, es un blues de autor desconocido.
Si bien Jimmy no es quien ejecuta el crimen, no hace nada por evitarlo, lo que lo convierte en una suerte de cómplice del tal Joe.
Más aun, pareciera que esta de acuerdo con él, pues le dice algo así como “dispárale otra vez”.
No contento con ello, cuando sabe que Joe ya ha consumado el delito, no le aconseja que se entregue ni llama a la policía, sino que le pregunta qué hará, enterándose de la pronta huida de su amigo al sur, específicamente a México. No hay que saber mucho de geografía para saber que Ciudad Juárez esta casi en el límite del país azteca con el de Hendrix, por lo tanto podría existir alguna relación entre el cornudo de Joe con los innumerables asesinatos de esa zona.
Para mayor remate, Jimmy apura a su amigo, lo que deja más en claro aun que no censura el acto recién cometido.
Esas son las que me acuerdo hoy, pero para no quedar solo en relatos ficcionados no puedo dejar de nombrar a uno que fue más allá y que saltó del pentagrama al acto real, me refiero a Sid Vicious y su apuñalada Nancy Spungen.
En el programa de televisión Talento chileno, franquicia de un exitoso show británico, se presentó hace pocos días un cantante de avanzada edad.
A capella entonó “Fueron tres años”, clásico que hiciera popular la voz de Argentino Ledesma acompañando a la orquesta del maestro Varela.
Como a muchos de ustedes, ver a un anciano cantando me causa ternura, sobre todo si se trata de un tango, música indisolublemente asociada a la “cuarta edad”.
De pie aplaudo a este señor por tener la valentía de pararse en un escenario y dar rienda suelta a su pasión, pero como amante del tango creo que es bueno dejar de ver el ritmo del 2x4 como una postal de tiempos que ya fueron.
Esto es a modo muy personal, pero acá van mis descargos.
El tango no es como el bolero, es mucho más que eso. Tiene inventiva, tiene evolución, y más que nada, tiene actitud.
No es coincidencia que el rock se haya alimentado de él durante mucho tiempo, quizás haciendo caso a la escuela que dejara Luca Prodan, el italiano que, en palabras del Polaco Goyeneche, le enseño a sus contemporáneos a dar una nueva mirada al Abasto.
Las letras están alimentadas de sentimientos de rebeldía que hoy suenan tan potentes como antes.
Por hablar de letras tenemos, mucho antes que la rebeldía de rock o del punk, a Discepolo, Expósito o Manzi, que aún resuenan adelantadas a su tiempo.
Ellos no necesitaron de parafernalias para gritar su ira a la religión (Tormenta), su descontento con el mundo (El Gólgota) o su borracha depresión (Nostalgias), sentimientos que hasta el día de hoy alimentan la poesía de cualquier canción.
Hace poco fui al bar Cinzano, lugar de bohemia porteña que ya viene a ser parte del recorrido turístico del puerto. Allí cantan un grupo de ancianos que por lo visto, llevan muchos años en el lugar.
Esta bien; por respeto a los artistas aplaudámoslos, esta bien. Pero por favor, no me pueden decir que eso es un deleite a los oídos. Los tipos cantan mal, suenan desafinados y más allá de los clisés de la canción, no tienen mucho que aportar.
Pero como la gente sigue asociando tango con viejo, emocionan a una clientela híper ventilada. Más encima, si a esas caricaturescas versiones le sumamos una anciana que cuenta algún chiste pícaro antes de entonar Malena en horrible versión, más felices quedan los comensales.
El tango no es eso, tiene olor a nuevo, a renovación. No existe ninguna música en le mundo que haya impregnado tanto a un espacio, una cultura y un país como lo es el tango.
Creo que la vanguardia musical de Piazzolla, Rovira o Pugliese sigue siendo de otra época
Sigan aplaudiendo a los viejitos, que por su edad se lo merecen, pero no me vengan con cuentos emocionales que huelen a naftalina. El tango sigue siendo de hoy.
Para muestra, un botón.
Una banda amiga, Violentango entonando a Piazzolla
http://www.youtube.com/watch?v=PpmdCrL4bxw&feature=related
Marzo es quizás el mes que más me marca.
Lo primero, es el mes en que cumplo años, y donde también mis hermanos los cumplen.
Eso por un lado.
Por otro, es el mes donde termina el verano, y vaya que termina. Por lo menos donde crecí marzo le tenía fobia al calor. O quizás al revés. El calor le tenía terror a marzo, por eso cada vez que llegaba el mentado mes, el sol huía de Arauco.
Pero marzo más que todo era el comienzo del año, cuando los años duraban para mi solo diez meses. Los diez meses del colegio.
Estaba escuchando “Tinta roja” de Castillo y Piana y una frase me quedó dando vueltas; “¿Quién se robó mi niñez?” y luego de pensar largo rato encontré al ladrón: marzo.
Marzo me roba un año cada vez que llega, específicamente los días 26.
Pero también me robaba las vacaciones y me vestía una corbata y una incómoda camisa de cuello tieso.
Con marzo comenzaban las malas notas, las anotaciones, las expulsiones de clase y las suspensiones.
Por lo tanto también los castigos.
En marzo debía sentarme a escuchar cosas que no me interesaban y tragarme los retos de mis profesores. Los motes de infantil, inmaduro y cabro chico me los recitaban a cada rato a manera de insulto.
Asunto raro, se supone que el colegio es para niños, y aunque poco entiendo de pedagogía los niños no tienen que ser necesariamente maduros.
Y yo era niño, por lo tanto inmaduro.
Pero llegaba marzo y me robaba cada año un pedazo de mi niñez.
Lo que escribo no tiene nada que ver con el tango es cuestión, pero como este es un blog tanguero, algún nexo debo buscarle y la frase de Castillo me dio un buen pretexto.
Creo que no tengo nada más que decir, a fin de cuentas ya es marzo y como que en marzo, por la costumbre del colegio, se me congelan las ideas.